Batman no es un superhéroe. Al menos
no tiene poderes. El mejor detective del mundo utiliza su fortuna y su
intelecto para pelear contra el crimen y sus propios demonios
personales. Bruce Wayne es un humano, a diferencia de Superman, Linterna
Verde y Aquaman. Él tiene la perspectiva de nuestra raza y eso genera
un poderoso vínculo con los espectadores. Y aunque todo su entorno sea
claramente irreal, inspira a quien lo mira.
La
influencia del personaje no sólo viene de él, sino de sus escritores. Y
muchas de esas veces ese conjunto tiene un impacto en distintos
creadores que terminan bajo la influencia de la obra. Uno de ellos fue
el amo del terror, Stephen King. Tanto así que en 1986,
cuando el cómic llegaba a su número 400, DC cómics solicitó comentarios
de distintas personas sobre el personaje y King participó con un
asombroso ensayo titulado “¿Por qué elegí a Batman?”
El
texto es tan conmovedor, intrigante y llamativo que DC decidió sólo
usar ése para su introducción de aniversario. King narra en un estilo
muy particular su visión del héroe desde que era un niño y cómo lo
elegía siempre sobre Superman. La razón es simple: Batman es humano. Y
mientras el hombre de acero es todo brillo y alegría, el murciélago nos
mostraba la dualidad del ser humano –que muestra cierto aspecto oscuro–
además de sus posibilidades como individuo. En algunos párrafos King
logró sintetizar lo que hace tan maravilloso al representativo
personaje. Aquí el ensayo:
Cuando era niño, ciertas preguntas tenían que ser contestadas… o al menos discutidas, si hallarles una posible respuesta era imposible.
Una
era si creías que en la Serie Mundial, la racha sin hits de Don Larsen
era maestría, destino o simplemente una tonta suerte.
Otra
se refería a lo que se encontraba dentro de las pelotas de golf. Es
decir, todos sabíamos qué se encontraba dentro de la superficie blanca:
millones de ligas. Pero había algo más en el
exacto centro. Un líquido que muchos creían era el veneno más letal del
planeta; otros consideraban era una sustancia tan peligrosa que te
destrozaría los dedos al contacto, dejándolos en los huesos; y otros
incluso la creían un explosivo que detonaría al contacto con el
pavimento.
Estaba la pregunta del por qué los
personajes de Disney llevaban guantes blancos. La pregunta de si
siquiera existía un set completo de cartas verdes de Davy Crockett (las rojas eran
simples de conseguir, pero las verdes eran peculiarmente escasas). La
pregunta de si saldrías de cabeza en China si existiera la posibilidad
de cavar un hoyo de aquí hasta allá por el centro de la Tierra.
Eran
las preguntas que se contestaban cuando tenías mucha pereza de nadar
hasta la balsa. Sólo te tirabas a reposar en la playa. O cuando
caminabas a casa desde el campo de béisbol en un acalorado verano, con
los pies quemándose dentro de tus tenis. O antes de dormir en los
campamentos.
Y la más frecuente: ¿Prefieres a Batman o a Superman?
Yo siempre elegí a Batman.
Me
imagino que muchos amigos míos no se acuerdan de los cómics ni de la
pregunta, pero me alegro de contarles que yo jamás crecí. Sólo me salió
pelo en algunas partes de mi cuerpo y desarrollé una gran
responsabilidad en el corazón, teniendo amigos que vivieron lo mismo:
amamos a nuestra esposa e hijos, hacemos nuestros trabajos, pero también
seguimos leyendo los cómics. Y yo todavía elijo a Batman.
Esto
no es para decir que no me gustó Superman; permítanme decirles a todos
los que aullan por mi sangre (incluyendo editores, escritores e
ilustradores que darían sus vidas , honor y sus sagrados cheques por
proteger la imagen y el buen nombre del Hombre de Acero) que me gustaba
mucho. No podía no agradarte, porque era de los
buenos (y, contrario a los pensamientos de algunos estúpidos de antes y
de ahora, los niños se sienten naturalmente atraídos a los buenos…
gracias a Dios) porque contaba con todos los geniales poderes, por tener
un repertorio variado de enemigos que combatir (incluyendo el
pequeñuelo con el impronunciable nombre -al que todos llamaos Mixtaplic– y que para regresarlo a la cuarta dimensión debías engañarlo a decir Kingzlap o
algo por el estilo), porque contaba con impresionantes amigos (como
Perry White, quien era J. Jonah Jameson mucho antes de que el
trepa-paredes se graduara de los pañales a los pantalones).
Pero
hubo algo de Superman que siempre encontré un poco… déjenme ver… no
decepcionante, eso no es lo que quiero decir… esperen, lo tengo: Preordenado. Era muy fuerte para mí, demasiado capaz,
quizá porque yo era un niño que usaba gafas gruesas o tal vez porque el
concepto de invulnerabilidad le daba una ventaja injusta (ser bueno
siempre debe ser más difícil que ser malo). Tomen por ejemplo el súper
aliento. ¿Es justo sólo poder soplar a Metrópolis después de que Lex
Luthor la hizo volar sobre el Atlántico con jets de poder nuclear?
Quizá, pero yo, yo tenía algo de complicaciones con el concepto. Contaba
con su Talón de Aquiles, desde luego, pero era (al menos hasta que los
editores empezaron a confundir con Kriptonita roja, Kriptonita amarilla y
quizá hasta la Kriptonita color pistache) demasiado pequeño.
Batman, sin embargo, era solo un tipo.
Un tipo rico, sí.
Un tipo fuerte, lo concedido.
Un tipo inteligente, apuesto a que sí.
Pero… no podía volar.
Pienso
que eso formó mi preferencia más que otra cosa. Recuerdo los anuncios
para la primera película de Superman (¿se acuerdan de la primera película
de Superman, pandilla? ¿Allá en el pasado cuando el mundo era joven y
los dinosaurios rondaban la Tierra?), los que decían VAS A CREER QUE UN
HOMBRE PUEDE VOLAR. Bueno, yo no creía. No en la película y no en los
cómics (irónicamente, lo más cercano que llegué a creer fue con su serie
de televisión). Pero cuando Batman bajaba de una cuerda hacia la
guarida del Joker o evitaba que el Pingüino tirara a Robin en un
recipiente de grasa en ebullición con un batarang muy bien lanzado, yo creía. No eran cosas habituales, les concedo eso amablemente, pero eran cosas posibles. Podía creer en un justiciero enmascarado que se columpiaba de cuerdas, lanzaba boomerangs con excelente precisión y conducía como Richard Petty intentando llevar a una mujer embarazada al hospital.
El
súper aliento era difícil de creer, pero alguien que conservaba un
pequeño compuesto para disolver (para las laboriosas cuerdas con las que
los pillos del mundo siguen insistiendo en atarte) en un compartimento
de su cinturón, una linterna de alta potencia en otro y un anestésico en
otro compartimento (Batman ponía personas a dormir con dardos
especiales diez años antes de que se usaran para sedar animales salvajes
o personas)… bueno, ése es mi tipo de héroe.
Aunque recibió sus propios ejemplares, es Detective Comics lo que más relaciono con Batman en mi mente. Realmente era un
detective; con las disque características de una aparente inmortalidad
como las de los modernos superhéroes, esos hombres del Olimpo lo
rechazaron. Tenía que ser un detective. No podía contar con un súper aliento para regresar Ciudad Gótica a su sitio original tras un crimen; debía detener al Acertijo o a quien quiera que fuera el villano antes de
que accionara los jets de poder nuclear. Como Sherlock Holmes, Batman
miraba los rastros que dejaban los malos; tomaba las huellas; sacaba
muestras de cabello de la escena del crimen y tomaba testimonios. Tenía
expedientes -también como Holmes- en la forma de operar de varios
criminales. Buscaba patrones, sabiendo -como todos los grandes
detectives- que si se encuentra un patrón, puedes esperar al villano en
su siguiente parada. Batman vivía con su ingenio y combatió y desarmó
-en ocasiones de modo brillante- a algunos de los mejores villanos jamás
creados. Detuvo desde robos de joyerías hasta planes bien diseñados… Y
conseguía vivir una vida alterna al mismo tiempo, esa de Bruce Wayne,
prominente millonario. Recaudaba dinero, y en los sesenta obtuvo más
inteligencia y hasta un compañero, Dick Grayson.
Oh y otra cosa. Quizá la razón real de por qué me agradaba más que el otro tipo.
Existía algo siniestro en él.
Así es. Ya me escucharon.
Siniestro.
Como la Sombra y el Hombre Luna de lo oscuro, como un vampiro (pero no como virgen, jamás pensé en eso, pandilla), Batman era criatura de la noche.
Desde luego, se le veía combatiendo crimen durante el día de vez en cuando,
pero generalmente era una figura en las tinieblas o un hombre de
lúgubre apariencia apareciéndose a través de una ventana en alguna hora
de la madrugada, con su capa flotando como una gigante sombra. En esas
viñetas de Batman entra a la fuerza, notabas casi
siempre miedo en los rostros de los malvados a quienes estaba por jalar
por el retrete, y yo siempre me identifiqué con esas expresiones. Claro,
yo pensaba (y todavía lo hago), sentado junto a un árbol en el jardín, o
en la regadera, o en el retrete (o, como niño, bajo las sábanas con una
linterna) “Así es, deberían verse aterrados”. Seguro que yo
estaría aterrado si un tipo así me sorprendiera. Tendría miedo aún si
no hubiera hecho nada malo.
Su hora era la noche, las
sombras eran su sitio; como el murciélago de quien tomó el nombre, él
veía a través de sus manos, piernas y oídos. Como Bruce Wayne era
jovial, distinguido, lleno de elegancia y encanto, un tipo fácilmente
identificado en su biblioteca repleta de libros alineados con un vaso
amplio de brandy en una mano y una botana en la cercanía. Pero cuando la
batiseñal flotaba contra uno de los rascacielos de Ciudad Gótica (o tal
vez la parte baja de una útil nube pasajera) una siniestra y seria
criatura emergía de la baticueva. Le podías disparar y sangraría, podías
darle un buen golpe en la cabeza y se doblaría (al menos por un
instante), pero nunca, nunca podías detenerlo.
Desde
la cancelación del poco placentero programa de televisión hasta el 82 o
algo así, Batman vivió en las sombras. No sólo como un héroe, sino
también como un personaje ficticio que se publicó. Hubo una época, no me
molesta compartirlo con ustedes, cuando me ponía a repasar los puestos
de periódico con detenimiento (y algo emocionado) cerca de mitad de mes,
seguro de que el Justiciero Enmascarado estaría desaparecido, un
personaje que simplemente se desvaneció en el silencio y el pasillo de
la oscuridad, donde creaciones increíbles como J’onn J’onzz, Manhunter
de Marte; Plastic Man; The Blackhawks; Captain Marvel; y Turok, Hijo de
Roca habían terminado antes que él.
Parece que estuve mal en preocuparme.
Parece que no puedes derribar a un viejo murciélago.
Durante
los últimos cuatro años o algo así, una de dos cosas ha pasado: nuevos
fans se han interesado en las hazañas de Batman o algunos de los viejos
fans han estado tomando lugar nuevamente. De cualquier manera, el
despegue en publicidad y las triunfantes ventas de The Dark Knight Returns de
DC, quizá la más exquisita pieza de arte en un cómic jamás publicado en
una edición moderna, parecieron asegurar el éxito continuo de Batman.
Para mí, un gran alivio y un gran placer.
Quiero
felicitar al Justiciero Enmascarado por su larga y valiente historia,
agradecerle las horas de júbilo que me ha entregado y desearle muchos
años más de un heróico deber en la lucha contra el crimen.
Ve
tras ellos, tipo grande. Que tu batiseñal jamás falle, que tu batimóvil
jamás se quede sin la gasolina con la cual corre y que tu cinturón
jamás se encuentre sin accesorios en un momento crucial.
Y por favor, jamás vengas a atravesar mi ventana
en la mitad de la noche. Me darías un susto que probablemente me
causaría una hemorragia… y además, tipo grande, estoy de tu lado.
Siempre lo estuve.
-Stephen King, 1986
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