miércoles, 17 de agosto de 2016

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7 mujeres que enloquecieron a los hombres e inspiraron grandes poema

La revolución femenina, el empoderamiento de la mujer y su ascendente independencia ha amenazado la hombría desde siglos atrás. La femme fatale apareció al mismo tiempo que las musas de diversos artistas; de hecho, esta mujer que con su belleza se robaba los corazones de los hombres para contagiarlos con su locura, se trató de la misma figura femenina que inspiró palabras de letras ardientes y poemas de finales tristes.

Aquella que siendo tan irreverente y poco sumisa cautivó la pluma de grandes escritores, fue la misma que terminó por arrebatarles la ilusión del amor sincero para impregnarlos de una obsesión suicida incitada por el poder de seducción que la feminidad siempre ha significado para el hombre. El misterio, la locura, la fatalidad, el dramatismo y el desdén de ser ellas mismas llevó a varios hombres a enfermarse de amor para primero amarlas y luego odiarlas.

De historias apasionantes y amores platónicos se llenan las líneas de las rimas que algunos poetas escribieron con bastante dolor sobre el recuerdo de su tormentoso pero exquisito encuentro con las que se convertirían en su principal fuente de inspiración, pero también en su más despiadada locura.








7. Lesbia

Clodia fue la hija de una adinerada familia de la nobleza de la que el poeta Catulo se enamoró. Como todo amor platónico, su historia jamás pudo conciliarse y a pesar de la promiscuidad con la que Clodia se comportaba, a Catulo todo le parecía hermoso y delicado en la desfachatada doncella. Cerca del siglo I a. C., ella se casó dos veces y cometió múltiples infidelidades, entre ellas encuentros con otras mujeres que terminaron por inspirar al enamorado poeta a llamarla Lesbia.

“Lesbia” – Cayo Valerio Catulo
“Me parece que es como los dioses
–o más que los dioses —
el que pueda sentarse junto a ti
y contemplarte y oírte reír
dulcemente.
Porque yo no puedo mirarte cara a cara,
Lesbia,
sin perder los sentidos
[Quedo sin voz] y se me paraliza la lengua,
una ola caliente me recorre la piel,
me zumban los oídos,
y una doble noche me cubre los dos ojos.
Tanta cavilación es peligrosa, Catulo.
Tanta cavilación te enloquece y desespera.
El amor ha sido causa de la caída de reyes
y de imperios felices”.



6. Laura de Noves




Aún se desconoce si Laura de Noves, la gran musa y locura del poeta italiano Petrarca, fue parte de una invención que el gran escritor creó para inspirarse en cada uno de sus poros imaginarios. Sin embargo, la veracidad del fulgor doliente con el que Petrarca escribió el soneto dedicado a Laura influyó de gran manera en la poesía romántica.

“Soneto a Laura” – Francesco Petrarca

“Paz no encuentro ni puedo hacer la guerra,
y ardo y soy hielo; y temo y todo aplazo;
y vuelo sobre el cielo y yazgo en tierra;
y nada aprieto y todo el mundo abrazo.
Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra,
ni me retiene ni me suelta el lazo;
y no me mata Amor ni me deshierra,
ni me quiere ni quita mi embarazo.
Veo sin ojos y sin lengua grito;
y pido ayuda y perecer anhelo;
a otros amo y por mí me siento odiado.
Llorando grito y el dolor transito;
muerte y vida me dan igual desvelo;
por vos estoy, Señora, en este estado”.



5. Isabel Freyre

Garcilaso de la Vega fue el poeta español que sucumbió al sufrimiento irreparable de un amor imposible. Isabel Freyre, hija de acaudalados, fue la mujer casada que desvirtuó la vida de Garcilaso, quien antes de morir en el sur de Francia dejó en algunas estrofas restos del destructivo amor que sintió por la que nunca le correspondió.

“Soneto V” – Garcilaso de la Vega
“Escrito’stá en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo:
vos sola lo escribistes; yo lo leo
tan solo que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto,
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;
cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero”.

*
Poemas para recordar que el amor no florece en las ventiscas de la carne



4. Leonor de Osma

A veces el amor no es suficiente, pues a pesar de que Gutierre de Cetina amaba más que nada a Doña Leonor y ella a él, el amor no lo salvó de la filosa navaja con la que otro, también enamorado de Leonor, lo apuñaló justo al pie de la ventana de su enamorada.

“Madrigal” – Gutierrez de Cetina
“Ojos claros, serenos,
si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos”.




3. 
Diotima

Friedrich Hölderlin, poeta alemán del siglo XVIII, fue el que le dio ese nombre a Sustente Gontard. Una mujer enigmática con la que tuvo una relación epistolar más vehemente que la hoy pueden tener dos seres en carne y hueso. Hölderlin sabía que lo suyo nunca podría ser debido a una distancia que los separaba indefinidamente, por lo que le pidió a Sustente que no volviera a escribirle jamás; aún así, cuando el poeta supo que su amada había muerto, justo dos años después de su última carta, él se desquició por completo, arrepintiéndose cada segundo de no haber pasado sus últimos días junto a ella.
“A Diotima” – Johann Christian Friedrich Hölderlin“¡Bella vida! Tú vives, como leve brote de invierno,
en este mundo agostado sola y callada floreces.
Aire ansías, y luz, primavera que vierta su tibio
resplandor, cuando buscas la infancia del mundo.
Ya tu sol, ya tu tiempo feliz se ha ocultado,
y en la noche glacial sólo hay fragor de huracanes”.


2. Rosario de la Peña

Manuel Acuña, un joven poeta mexicano y romántico desilusionado por el injusto desamor, es el autor del poema que le dejó a la razón de sus infinitas lágrimas, mismo con el que se despidió de un mundo en el que sabía que jamás podría poseer a la mujer de la que se había enamorado como un loco sin remedio. A los 24 años, en 1873, después de terminar su composición, Manuel se suicidó.

“Nocturno a Rosario” – Manuel Acuña
“Pues bien, yo necesito
decirte que te adoro,
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto,
y al grito que te imploro
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.
De noche cuando pongo
mis sienes en la almohada,
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada,
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.
Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos;
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás;
y te amo, y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.
A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y huir de esta pasión;
mas si es en vano todo
y mi alma no te olvida,
¡qué quieres tú que yo haga
pedazo de mi vida;
qué quieres tú que yo haga
con este corazón!
Y luego que ya estaba?
concluido el santuario,
la lámpara encendida
tu velo en el altar,
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta allá a lo lejos
la puerta del hogar…
Yo quiero que tú sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías;
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.
¡Que hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo.
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos, un alma sola,
los dos, un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Díos!
¡Figúrate qué hermosas
las horas de la vida!
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así! 
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida,
y al delirar en eso
con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno
por ti, no más por ti.
Bien sabe Díos que ése era
mi más hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
¡bien sabe Díos que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
en el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer!
Esa era mi esperanza…
mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡adiós por la última vez,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores,
mi mira de poeta,
mi juventud, adiós!”.


1. Constance Dowling

La actriz norteamericana fue el enigma que desamparó a Cesare Pavese, uno de los grandes escritores italianos del siglo XX, mismo que se flechó por la belleza y altivez de Constance. Él poeta sufría constantemente de una depresión que revelaba en las páginas de su diario, donde se encontró lo que él pensaba sobre el amor: “Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata porque… cualquier amor nos desvela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada”.

“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”  – Cesare Pavese

“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, amada esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo”.


Sentir que su alma se desgarraba, que su pecho se contraía y que sus heridas se abrían para nunca cicatrizar fue lo que llevó a estos poetas a transformar su locura romántica en las palabras exactas para describirla. En papel plasmaron parte del dolor que las mujeres de las que se enamoraron desenfrenadamente les provocaron al rechazarlos a través de la estela que el dulce perfume de su piel fue dejando cuando se alejaron de ellos. Y aunque no lograron vaciar la tristeza de sus venas ni la soledad de sus entrañas, pudieron dejar un poco de su sufrir en todos estos poemas.

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