domingo, 31 de julio de 2016

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Adivina los mejores 21 libros de la historia según Time con la primera frase

Ser un amante de la literatura a veces te convierte en un asesino de ella misma; ese ímpetu por poseerla, exprimirla, destrozarla para quedarte con sus piezas más brillantes, desgarrar sus páginas para absorber todo lo que tengan para decir, devorarla mientras su sangre se encuentre tibia, es el primer paso para convertirte en una criatura que sólo encuentra su pleno desarrollo entre las líneas y halla la belleza de las cosas en distintas tipografías. Cuando se ama tanto a las letras, cuando se vive a través y por ellas, es común que haya personajes o palabras que nos fascinen hasta el cansancio y no podamos más que traerlas a nuestra realidad para sentirnos con mayor vida.

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Así como se recuerdan poemas o estrofas completas para muchas circunstancias cotidianas, como se declaman pensamientos propios de la creación poética, es una fijación constante para el amante de la literatura también el sostener con su recuerdo determinados contenidos de la narrativa. Hay quienes recitan poesía de memoria, citan diálogos a partir de la evocación, pero también están los que recuerdan pasajes completos de su novela favorita.
Muy pocas personas ponen atención a ello en el relato extenso; sin embargo, hay inicios o desenlaces increíbles en él que acaparan la mente y jamás abandonan el corazón. Teniendo un mediano bagaje cultural en las lenguas escritas, ¿cuántos comienzos podemos reconocer de la siguiente lista?

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Todos son el párrafo inicial de libros que Times ha catalogado como los mejores; ¿nuestro gusto irá de la mano con la memoria y la valía de ciertos títulos?



Comencemos…
1. “Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece. Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el molestísimo viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él”.
2. “El doctor Strauss dise que devo escrivir lo que pienso y todas las cosas que me pasan a mi desde aora. No se porque pero el dise ques mui importante para que pueden ber si ellos pueden usarme a mi, Yo espero que ellos me usen a mi, Miss Kinnian dise que ellos quizás pueden acerme listo, Yo quero ser listo, Me yamo Charlie Gordon. Tengo 37 años y ace dos semanas que fue mi cumpelaños. No tengo nada mas para escrivir y temino por oy”.
3. “Un edificio gris, achaparrado, de sólo treinta y cuatro plantas. Encima de la entrada principal las palabras: Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres, y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial: Comunidad, Identidad, Estabilidad”.
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4. “En los remotos e inexplorados confines del arcaico extremo occidental de la espiral de la galaxia, brilla un pequeño y despreciable sol amarillento. En su órbita, a una distancia aproximada de ciento cincuenta millones de kilómetros, gira un pequeño planeta totalmente insignificante de color azul verdoso cuyos pobladores, descendientes de los simios, son tan asombrosamente primitivos que aún creen que los relojes de lectura directa son de muy buen gusto”.
5. “Todo esto sucedió, más o menos. De todas formas, los partes de guerra son bastante más fieles a la realidad. Es cierto que un individuo al que conocí fue fusilado, en Dresde, por haber cogido una tetera que no era suya. Igualmente cierto es que otro individuo, al que también conocí, había amenazado a sus enemigos personales con matarlos por medio de pistoleros alquilados. Y así sucesivamente. He cambiado los nombres de los personajes”.
6. “Fue un flechazo. En cuanto Yossarian vio al capellán se enamoró perdidamente de él. Yossarian estaba en el hospital porque le dolía el hígado, aunque no tenía ictericia. A los médicos les desconcertaba el hecho de que no manifestara los síntomas propios de la enfermedad”.
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7. “Una alegre y suave oleada eléctrica silbada por el despertador automático del órgano de ánimos que tenía junto a la cama despertó a Rick Deckard. Sorprendido —siempre le sorprendía encontrarse despierto sin aviso previo— emergió de la cama, se puso en pie con su pijama multicolor, y se desperezó. En el lecho, su esposa Irán abrió sus ojos grises nada alegres, parpadeó, gimió y volvió a cerrarlos”.
8. “Marsella. La llegada El 24 de febrero de 1815, el vigía de Nuestra Señora de la Guarda dio la señal de que se hallaba a la vista el bergantín El Faraón procedente de Esmirna, Trieste y Nápoles. Como suele hacerse en tales casos, salió inmediatamente en su busca un práctico, que pasó por delante del castillo de If y subió a bordo del buque entre la isla de Rión y el cabo Mongión”.
9. “Nos encontramos en la retaguardia, a nueve kilómetros del frente. Ayer nos relevaron. Ahora tenemos el estómago lleno de judías con carne de buey, estamos saciados y satisfechos. Incluso han sobrado para esta noche y cada uno de nosotros ha podido llenar su fiambrera para la cena. Además hay doble ración de salchicha y de pan. Esto va bien. Hacía mucho tiempo que no se había presentado un caso como éste; el furriel, con su cara roja como un tomate, viene en persona a ofrecernos la comida. Llama con una seña a todos los que pasan y les sirve una buena ración. Casi está desesperado pues no sabe cómo vaciar de rancho su caldera. Tjaden y Müller han encontrado un par de baldes y se los han hecho llenar hasta los topes, como reserva. Tjaden lo hace por gula, Müller por precaución. Nadie puede explicarse dónde diablos mete Tjaden tanta comida. Él sigue, como siempre, más seco que un arenque prensado”.
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10. “El señor Jones, propietario de la Granja Manor, cerró por la noche los gallineros, pero estaba demasiado borracho para recordar que había dejado abiertas las ventanillas. Con la luz de la linterna danzando de un lado a otro cruzó el patio, se quitó las botas ante la puerta trasera, sirvióse una última copa de cerveza del barril que estaba en la cocina y se fue derecho a la cama, donde ya roncaba la señora Jones”.
11. “Cuando se acercaba a los trece años, mi hermano Jem sufrió una peligrosa fractura del brazo, a la altura del codo. Cuando sanó, y sus temores de que jamás podría volver a jugar fútbol se mitigaron, raras veces se acordaba de aquel percance. El brazo izquierdo le quedó algo más corto que el derecho; si estaba de pie o andaba, el dorso de la mano formaba ángulo recto con el cuerpo, el pulgar rozaba el muslo. A Jem no podía preocuparle menos, con tal de que pudiera pasar y chutar”.
12. “Estaba tumbado boca abajo, sobre una capa de agujas de pino de color castaño, con la barbilla apoyada en los brazos cruzados, mientras el viento, en lo alto, soplaba entre las copas. La ladera de la montaña hacía un suave declive por aquella parte, pero más abajo se convertía en una pendiente escarpada, de modo que desde donde se hallaba tumbado podía ver la cinta oscura de la carretera embreada serpenteando en torno al puerto”.
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13. SOY un hombre de cierta edad. En los últimos treinta años, mis actividades me han puesto en íntimo contacto con un gremio interesante y hasta singular, del cual, entiendo, nada se ha escrito hasta ahora: el de los amanuenses o copistas judiciales. He conocido a muchos, profesional y particularmente, y podría referir diversas historias que harían sonreír a los señores benévolos y llorar a las almas sentimentales. Pero a las biografías de todos los amanuenses prefiero algunos episodios de la vida de Bartleby, que era uno de ellos, el más extraño que yo he visto o de quien tenga noticia.
14. Llegará una época en la que una investigación diligente y prolongada sacará a la luz cosas que hoy están ocultas. La vida de una sola persona, aunque estuviera toda ella dedicada al cielo, sería insuficiente para investigar una materia tan vasta… Por lo tanto este conocimiento sólo se podrá desarrollar a lo largo de sucesivas edades. Llegará una época en la que nuestros descendientes se asombrarán de que ignoráramos cosas que para ellos son tan claras…
15. —Esta noche les mostraremos ocho maneras silenciosas de matar a un hombre. Quien hablaba era un sargento que parecía llevarme apenas cinco años. Si alguna vez mató a algún hombre en combate, en silencio o como fuera, habría sido en su niñez. Por mi parte conocía ya ochenta maneras de matar a un hombre, aunque casi todas eran bastante ruidosas. Adopté una postura erguida, puse cara de cortés atención y dormité con los ojos abiertos. Casi todos hacían lo mismo; ya sabíamos que nunca se aprendía nada importante en esas clases vespertinas.
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16. “Un psicólogo en un campo de concentración”. No se trata, por lo tanto, de un relato de hechos y sucesos, sino de experiencias personales, experiencias que millones de seres humanos han sufrido una y otra vez. Es la historia íntima de un campo de concentración contada por uno de sus supervivientes. No se ocupa de los grandes horrores que ya han sido suficiente y prolijamente descritos (aunque no siempre y no todos los hayan creído), sino que cuenta esa otra multitud de pequeños tormentos. En otras palabras, pretende dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo incidía la vida diaria de un campo de concentración en la mente del prisionero medio?”.
17. “Por mucho que te esfuerces, nunca serás capaz de hacerte cargo de qué pequeño, qué espacialmente insignificante es un protón: sencillamente demasiado pequeño”.
18. “Ya no quedaban primaveras. En la linde del bosque, donde el terreno se abría y descendía hasta una vieja valla y una zanja llena de zarzas, sólo unos pocos pálidos retazos amarillentos asomaban aquí y allá entre el mercurial perenne y las raíces de los robles. Al otro lado de la valla, la parte alta del campo estaba plagada de madrigueras de conejo. En algunos lugares el suelo aparecía desnudo y por todas partes se veían montoncitos de excrementos secos a través de los cuales sólo crecería la hierba de Santiago. A unos cien metros de distancia, al fondo de la cuesta, fluía el arroyo, de apenas un metro de anchura, medio ahogado por ranúnculos, berros y vincas azuladas. El camino de carros pasaba junto a una alcantarilla de ladrillos y subía la cuesta de enfrente hasta un portón de cinco barrotes en el seto de espinos. La puerta conducía al sendero”.

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19. “Sin quitar la mano del manillar izquierdo de la moto, puedo ver en mi reloj que son las ocho y media de la mañana. El viento, aun yendo a cien kilómetros por hora, es tibio y húmedo. Si a esta hora es tan cálido y pegajoso, me pregunto cómo será por la tarde”.


20. “Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé. He recibido un telegrama del asilo: «Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame». Nada quiere decir. Tal vez fue ayer”.


21. “Alexei Fiodorovitch Karámazov era el tercer hijo de un terrateniente de nuestro distrito llamado Fiodor (Teodoro.) Pavlovitch, cuya trágica muerte, ocurrida trece años atrás, había producido sensación entonces y todavía se recordaba. Ya hablaré de este suceso más adelante. Ahora me limitaré a decir unas palabras sobre el «hacendado», como todo el mundo le llamaba, a pesar de que casi nunca había habitado en su hacienda”.

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Respuestas
1. “1984”, de George Orwell.
2. “Flores para Algernon”, de Daniel Keyes.
3. “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley.
4. “Guía del autoestopista galáctico”, de Douglas Adams.
5. “Matadero Cinco”, de Kurt Vonnegut.
6. “Catch-22”, de Joseph Heller.
7. “Blade Runner: ¿sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, de Philip K. Dick.
8. “El conde de Montecristo”, de Alexandre Dumas.
9. “Sin novedad en el frente”, de Erich Maria Remarque.
10. “Rebelión en la granja”, de George Orwell.

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11. “Matar a un ruiseñor”, de Harper Lee.
12. “Por quién doblan las campanas”, de Ernest Hemingway.
13. “Bartleby, el escribiente”, de Herman Melville.
14. “Cosmos”, de Carl Sagan.
15. “La guerra interminable”, de Joe Haldeman.
16. “El hombre en busca de sentido”, de Viktor Emil Frankl.
17. “Una breve historia de casi todo”, de Bill Bryson.
18. “La última lección”, de Randy Pausch y Jeffrey Zaslow.
19. “Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta”, de Robert M. Pirsig y Renato Valenzuela Molina.

20. “El extranjero”, de Albert Camus.

21. “Los hermanos Karamazov”, de Fiódor Dostoyevski.

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