La única mujer que yo he querido, desde que era un niño. He hecho lo imposible por olvidarla, pero, la verdad, es inútil. La querré siempre. La vida no tendría sentido paramí se ella se muere.
Mario Vargas Llosa.
Durante una entrevista, el escritor Mario Vargas Llosa señaló que el libro de “Las travesuras de la niña mala” es una exploración del amor desligado de toda la mitología romántica, la cual lo acompañará por siempre en la mente de los enamorados. O diciéndolo con otras palabras, esta no es una historia de amor donde la victoria llega a las manos del protagonista, al contrario, en cada página Ricardo Somocurcio creerá que alcanzó a la mujer de sus sueños, hasta que unos párrafos después, lo único que quedará en sus manos será una pequeña nota de adiós y un cepillo de dientes usado y viejo. Esto es lo que un hombre enamorado obtiene tras entregar toda la vida, una simple, parca y horrenda frase de despedida y un objeto cualquiera que será tomado tontamente como un tesoro.
No importa cuánto tiempo, energía o dinero se invirtiera, cuando una mujer es escurridiza como la corriente de un río, no habrá hombre capaz de sujetarla por mucho tiempo. Este es el tema principal de la obra. La de un perseguidor que durante una vida entera amó sólo a una mujer, que durante tiempos intermitentes la tuvo en su manos, pero nunca la enamoró para que se quedara. Ella no conocía el amor, en cambio, trataba de llenar el hambre del espíritu con riquezas y vanidades. El sentimiento romántico le provocaba náuseas, porque en realidad su corazón estaba incapacitado para entender el verbo amar o querer.
“Yo pedía un deseo también, creyendo sólo a medias que se haría realidad. Siempre el mismo, por supuesto: que me dijera por fin que sí, que fuéramos enamorados, tiráramos plan, nos quisiéramos, pasáramos a novios y nos casáramos y termináramos en París, ricos y felices”. A esta idea se aferró Ricardo durante casi 40 años y al final, ¿con qué se quedó? ¿Es posible enamorarse para siempre de alguien que miente, que no quiere ser fiel, que sólo busca su interés? Este libro demuestra que sí es posible y por eso tienes que conocerlo, para no caer en el espiral del síndrome Ricardito, como lo llamaba la niña mala en tono de burla de su cursilería e inocencia.
Ricardo, la versión moderna del romántico e imparable Orfeo, nace en Perú en la década de los 40. Su pueblo es sencillo y hasta cierto punto pobre, precio que pagaban los pequeños países de Latinoamérica después de una larga temporada de explotación por potencias imperialistas. Un día llega a su olvidado pueblo una familia chilena, que al parecer huye de la misma decadencia generalizada del continente. Así entra en juego una “chilenita”, niña con aire de superioridad que conquista a los jóvenes del barrio por su acento extranjero. Dentro de este grupo de pequeños enamorados se encuentra Ricardo, quien a diferencia de los demás, quedará prendado por el misterio de unos ojos chilenos.
A partir de este momento, la vida de Ricardo estará marcada por las apariciones y desapariciones de la “niña mala”. Su primer abandono es cuando parte de Perú, dejando a su enamorado con un vacío en el corazón. Él tiene que remontar su vida y cumplir su más grande sueño: vivir en París. Después de varios años y mucho trabajo, logra llegar a las calles parisinas, donde el cruel destino le pondrá frente a sus ojos a la persona que le rompió el corazón años atrás. El amor vuelve a inundar el corazón de Ricardo y le es imposible volver a pensar en promesas de futuro y sábanas tibias. Él no tiene la culpa, el sentimiento romántico es así, nunca muere, sólo se oculta detrás del corazón, esperando el momento para volver a clavar la daga que mate a la razón.
Ahora el protagonista es un poco más maduro y puede darse cuenta de que la “chilenita” logró llegar a Francia gracias a un engaño. Ella se unió a un grupo revolucionario chileno, no por tener las ansias de lograr un cambio en el mundo, sino porque era la única forma de salir del hoyo latinoamericano que tanto despreciaba. Este es el primer vistazo de la verdadera alma de aquella mujer. Ricardo lo descubre, mas no lo comprende. Porque esa es una característica del amor, cegar a las personas; obligándolas a cerrar los ojos y estar a tientas por el mundos con una única guía: el placer. No habrá un mapa que seguir, sólo el instinto por hacer perdurable lo efímero.
Si Ricardo hubiera hecho caso a la señales de vida sobre aquella mujer, no hubiera tenido tantos sobresaltos después, pero no lo hizo y se aventó al vacío esperando lo mejor. Nuevamente buscó a la niña mala y por una noche logró poseer su cuerpo. Pero de qué sirve tener unas cuántas horas de placer cuando a la mañana siguiente se encuentra una cama vacía y un corazón rasgado. La culpa no es de ella, puesto que se lo dejó claro antes de su encuentro amoroso: “Sólo me quedaría para siempre con un hombre que fuera muy muy rico y poderoso”. Aún con esa advertencia, Ricardo aceptó un juego en el cual nunca podrá ganar.
Como un chorro de agua que se escapa de las manos sin poder ser contenido, la misteriosa mujer escapó al amanecer y nuevamente dejó al inocente Ricardito con un hondo pesar. Así continúan los años del protagonista, con la aparición azarosa de la niña mala. Primero en Inglaterra, después en Japón y por último en París. Entre cada encuentro hay casi 10 años de diferencia y diversas situaciones misteriosas. En cada aparición se intensifica su descaro y su indiferencia por el amor, si ha llegado tan lejos en el mundo es sólo por su ansia de aumentar los bienes materiales y vivir como una reina.
Durante 40 años Ricardo amó a una mujer que le fue indiferente. Él lo sabía, pero se volvió sordo a las palabras de la razón, dejándose degradar por los caprichos de una infante hasta perder la vida. Tal vez Mario Vargas Llosa se inspiró de una fuente cercana para crear un castigo perpetuo, porque si algo dejó claro es que el personaje estuvo condenado a coincidir de las maneras más inciertas con la persona que tanto sufrimiento le creó. Es una gran paradoja no poder dejar atrás lo que destruye porque el destino conduce nuevamente al vicio.
Para los griegos, los castigos más severos eran aquellos que se repetían una eternidad. Como lo fue el de Prometeo, quien robó el fuego del Olimpo para dárselos a los hombres. Este acto de rebeldía se castigó con su encadenamiento en un monte, donde cada noche bajaba un águila a comerse su hígado de la manera más cruel y dolorosa que pudiera existir. Prometeo, siendo un titán inmortal, regeneraría su cuerpo al amanecer, pero sufriría la misma desesperación y agonía todos los días. Tal vez Ricardo fue condenado de la misma forma a soportar la destrucción continua de su corazón, y cada vez que hubiera sanado, la niña mala regresaría para volverlo añicos de nuevo.
Su castigó duró toda la vida, y a pesar de que lo resistió como un titán hasta el final, perdió la posibilidad de sentir el verdadero candor que significa el amor. Si existen estas historias en la literatura es para que aquellas personas que padecen de un amor que sólo deja desdichas y lágrimas puedan romper las cadenas que los sujetan en lo alto de los montes y evitar el sanguinario cuervo que te despedaza en vida.
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