lunes, 3 de abril de 2017

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ritual sagrado de la masturbación en las culturas prehispánicas

Detrás de la aparente simpleza de una penetración había algo más que a mayas, mexicas e incas inquietaba por igual. El poderío creativo del sexo se revelaba ante sus ojos, concebido como parte de todo lo que consideraban mágico. Creían que, de la misma forma que la semilla fertilizada rompe el surco y arroja violentamente una nueva planta, los órganos reproductivos femeninos y masculinos cargaban consigo con un enigma –quizás el más grande– presente en toda cosmogonía del mundo antiguo: el misterio de la vida.


Los rituales al respecto dieron paso a distintas prácticas sexuales, todas con un fin ritual que sin negar el placer, escapa del simple deseo sexual y lo concibe como algo sagrado. En la dualidad prehispánica, la tierra toma un rol femenino como principio vital. De la misma forma que las mujeres acogen vida en sus entrañas, lo hacen los sembradíos y las semillas enterradas cuyo producto surge cuando las condiciones resultan óptimas. Sin embargo, para dar paso a la germinación también hace falta el líquido vital, que nutre y completa el proceso. Tal es el significado de esta práctica para las civilizaciones mesoamericanas.

En la mitología mexica, una de las escenas de la creación del mundo involucra a la masturbación como elemento central. El Códice Magliabechiano (s.XVI) da cuenta del relato de la caída del semen de Quetzalcóatl como evento creador de las flores y la primavera:



“Quetzalcóatl estando lavándose tocando con sus manos el miembro viril, echó de sí la simiente y la arrojó encima de una piedra, y allí nació el murciélago al cual enviaron los dioses que mordiese a una diosa que ellos llaman Xochiquetzal –que quiere decir rosa– y le cortase de un bocado lo que tiene dentro del miembro femenino. Estando ella durmiendo, lo cortó y lo trajo delante de los dioses y lo lavaron (…) y del agua que de ello salió, salieron rosas olorosas, que ellos llaman suchiles, por derivación de esta diosa Xochiquetzal”

Los fluidos (la sangre y el semen) participan en el ciclo vital. La tierra se riega y florece; provee abundancia, frutos para alimentarse y un ligero excedente para comerciar. Las necesidades materiales y fisiológicas quedan cubiertas después de una buena cosecha de maíz, frijol y los demás elementos de la dieta mesoamericana. Los nahuas estaban convencidos de que en último término, todos los fluidos favorecen la vida.



Distintos mitos y tradiciones de reconocimiento de la sexualidad y la masturbación proliferaron por toda Latinoamérica en la etapa previa a la conquista. Al sur de México y en Centroamérica, los mayas tallaban objetos de madera con formas fálicas para masturbarse, siempre con un fin ritual vinculado al placer. No sólo eso: las esculturas fálicas y representaciones de hombres masturbándose son comunes en toda Centroamérica y su significado es esencialmente similar al de la cosmovisión mexica.



El carácter místico del sexo en todas sus vertientes fue un rasgo cardinal de las civilizaciones prehispánicas, que no sólo simbolizó la profunda relación que tenían con los elementos naturales; también funcionaba para mantener inalterado el cosmos, el orden natural de todas las cosas que lejos de perversión u ofensas a Dios, encontraba en el acto sexual la creación por excelencia: la vida.

Fuente: cultura colectiva

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