miércoles, 10 de agosto de 2016

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Pokémon GO: el reflejo de la decadencia de la sociedad actual


De vuelta a principios de siglo. Para aquellos que vivieron su infancia en los últimos años del siglo XX, la palabra Pokémon tiene un profundo significado. A dos décadas de distancia del lanzamiento de Pokémon Rojo y Azul, la aventura que inició en Pueblo Paleta, en Kanto, y posteriormente a través de distintas regiones de Japón, hoy se traslada a un sitio mucho más conocido por cada entrenador: su propio barrio.

Aprovechando la experiencia que da la realidad aumentada, Pokémon GO es una videojuego lanzado en forma de aplicación para los principales sistemas operativos de smartphone: iOS y Android. El fenómeno que se apropió de buena parte del tiempo de los niños que nacieron a finales de los ochenta y principios de los noventa, volvió de la mano de Nintendo y Niantic Labs, subsidiaria de Google.



A la fecha, la fiebre por descargar la aplicación es tal que según datos de Google, la búsqueda de “Pokémon GO” reemplazó por primera vez en la historia a la palabra que ostentaba el título de campeona incontestable en Internet: “porno”. A pesar de que la descarga oficial en Latinoamérica aún no está disponible, millones de jugadores utilizan versiones de las tiendas de apps de otras latitudes para experimentarla aventura de atrapar Pokémon de la forma más realista hasta el momento.



Al momento, todo parece ideal con un juego que, a primera vista, resulta inocente y remite a una buena parte de sus fieles jugadores primigenios a las fibras más sensibles de su infancia, además de añadir a todos aquellos nacidos en este siglo que se engancharon con la premisa de atraparlos a todos; sin embargo, la aplicación en su conjunto es un fiel reflejo de la decadencia de la sociedad en la actualidad: desde el idealismo de refugiarse en una realidad alterna, hasta los problemas sistémicos de desigualdad social que expone.

Uno de los puntos más polémicos de Pokémon GO es la interfaz en que se basa el desarrollo del juego. Por primera ocasión, no se trata de un mundo alterno, de mapas inexplorados con entornos en dos dimensiones que requieren de la destreza, el cumplimiento de ciertos objetivos o la utilización de herramientas como las MO (Máquinas Ocultas) para pasar sobre obstáculos como grandes rocas, arbustos estorbosos o cuerpos de agua.



La exploración de espacios públicos en busca de Pokémon es una prueba innegable de que una aplicación logró llevar de vuelta a la calle a miles de millones de personas que encuentran el entretenimiento en la coordinación psicomotriz de su índice y pulgar, desde un sillón o la cama; pero ¿a qué precio?


Basta un smartphone de gama media, cuyo GPS y cámara actúen conjuntamente en tiempo real con una conexión a Internet para sumergirse en el mundo Pokémon, que ha dejado de ser tal para ocupar la realidad terrenal, formar parte del mismo sitio en el que a diario producimos nuestra existencia material. ¿Qué implicaciones negativas podría tener compartir este espacio de aparición –el único que conocemos– con cientos de criaturas extrañas? Simplemente que forman parte de una realidad que no sólo es virtual, sino aumentada.




Una noción de un mundo ideal habitado por pokémones de agua, fuego, roca o cualquier tipo esperando por su captura aparece en la materialidad a través de la pantalla. La visión y los demás sentidos dejan de ser suficientes para captar el aumento en la realidad que de forma contradictoria, combina el idealismo y la fantasía con el entorno natural. No se trata de una oposición al desarrollo de la tecnología ni de su uso indiscriminado para actividades tan productivas como ociosas, prácticas o meramente recreativas; sino de la noción que trae consigo la pérdida de captación de la realidad sensorial. 

Así la idea remonta una lucha de al menos dos milenios contra la materia, mientras los sentidos, que ya no bastan para una experiencia real, ahora requieren de una extensión de la corporalidad, un estímulo externo para elevar una sensación verdadera al grado de aumentarla, cumplen con la noción posmoderna de la experimentación frenética y cada vez más intensa que dote de algún sentido a la vida ante cuerpos vacíos, víctimas del tiempo y la existencia.



Además de la reciente polémica por la recopilación de datos que realiza Google a través del acceso total a la cuenta para el alta en Pokémon GO, el CEO de Niantic, John Hanke, confirmó que a través de un registro de marcadores geográficos vía Google Maps, los Pokémon aparecen dependiendo del hábitat natural en que el usuario se encuentre y están determinados por la cantidad de tráfico de datos del área; de forma que si te encuentras cerca de un jardín o parque, no sólo aparecerán los Pokémon tipo normal de siempre, sino algunos tipo hierba, roca o voladores. Lo mismo cuando te acercas a una fuente o cualquier cuerpo de agua, las posibilidades de encontrar a una criatura acuática se multiplican, pero ¿qué ocurre si en tu comunidad sólo hay espacio para el asfalto gris y te encuentras lejos de las zonas más desarrolladas de tu ciudad? 

No esperes atrapar a los Pokémon de tus sueños, sólo aparecerán aquellas criaturas que se asemejan a los típicos animales de ciudad como insectos, ratas y algunas aves. La situación no termina ahí: existen puntos en las ciudades donde el Wi-Fi es gratuito y la tasa de delincuencia es relativamente baja como para salir a explorar sin riesgo, mientras que en zonas más marginadas, los robos, la dificultad del acceso a Internet y la precariedad del espacio público empobrecen drásticamente la experiencia del juego. Así se frustra el sueño de coleccionar a todos los Pokémon y la igualdad que reina en el mundo del videojuego y la saga animada se ve interrumpida por la profunda desigualdad social en la realidad.

Pokémon GO pone en relieve el principio del desarrollo tecnológico en que cada vez es más confuso distinguir entre la realidad y lo ideal. El uso de la realidad aumentada aún requiere de mejoras sustanciales para funcionar como una poderosa herramienta en los campos del conocimiento y entretenimiento por igual; sin embargo, la materialidad a partir de la cual parten todas las ideas debe estar permanentemente visible con el fin de evitar caer en un cientificismo absurdo que promueva la “convivencia” entre teléfonos sobre las conversaciones cara a cara, los paseos con mirada gacha sobre la visión humana, la pantalla sobre los ojos y las capacidades humanas por encima de las máquinas.

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