Las fábulas que cuentan los orígenes humildes de millonarios suelen reunir elementos tan fantásticos como inverosímiles, todo para justificar una historia que a primera vista, se levanta sobre los valores más deseables de la humanidad. Trabajo duro, esfuerzo diario y una voluntad inquebrantable aparecen como los grandes protagonistas que ayudaron al empresario en turno a fincar el emporio que ahora dirige con genio y admiración por igual.
De vez en cuando, el mito del emprendedor se viraliza y difunde lecciones de superación para que el resto del mundo no deje de esforzarse: la odisea del taller que se convierte en una industria líder, del garage que anida la siguiente revolución tecnológica o de la tiendita que después de un año pasa a facturar por millones de dólares, todos son parte de una figura imaginaria que pretende omitir la violenta desigualdad económica que gobierna al mundo y en su lugar, establecer un discurso que ubica a estas figuras por encima del resto y acredita su riqueza por medio de la valía moral y la tenacidad con que actuaron en momentos críticos.
Sin embargo, cada uno de estos cuentos con feliz desenlace omite la resolución del conflicto. El nudo narrativo presenta una dificultad, que inmediatamente después es superada sin dar demasiados detalles. Steve Jobs abandonó la universidad, se fue a la India y volvió para fundar Macintosh, Larry Page creó Google en su garage y Carlos Slim decidió incursionar al mundo de los negocios luego de ahorrar un poco y comprar Telmex.
Hacerse millonario a través de la apropiación del trabajo ajeno se llama explotación, mientras crear una fortuna a base de engaños y fraudes, se conoce como estafa. En suma, ambos son los posibles caminos por recorrer para quienes consideran, el éxito en la vida está en la capacidad de amasar grandes fortunas. En la historia, es sencillo reconocer a quienes forjaron emporios a través de la estafa o la explotación; sin embargo, pocos han logrado caer tan bajo como L. Ron Hubbard, el hombre que transitó ambos caminos para crear su propio imperio.
Creando una religión
Después de abandonar la universidad en 1932, el joven inquieto de Nebraska adquirió un título falso y subsistió trabajando en distintos oficios, mientras pasaba el resto del tiempo escribiendo novelas, especialmente de ciencia ficción. En 1950, Hubbard publicó un ambicioso tratado pseudocientífico basado en un método de curación mental que desarrolló a través de sus propias experiencias, llamado dianética. El texto, de nombre “Dianética: la Ciencia Moderna de la Salud Mental” sirvió como la primera piedra del culto que creó tres años más tarde.
Luego de reconocer su éxito en ventas, Hubbard se empeñó en hacer aún más grandes los manuales de dianética, añadiendo métodos de terapia, especialistas calificados y supuestos beneficios, refutados una y otra vez por la comunidad científica. En 1953, emprende una serie de conferencias en todo el país para difundir su método, acompañado de distintas publicaciones, folletos e invitaciones a formar parte de la Asociación Internacional de Cienciólogos Hubbard.
En 1954, producto de la transformación que trajo consigo los movimientos contraculturales en los Estados Unidos y el desencanto que los motivó, la dianética ganó fama como técnica de autoayuda y el escritor siguió ganando adeptos. Entonces decidió fundar el primer centro de reunión de cienciólogos en Nueva Jersey, que habría de convertirse en la Iglesia de la Cienciología a finales del año.
La cerrazón y la fe
Los principios perseguidos por la Cienciología, como los de cualquier otra religión, resultaban atractivos para una sociedad en plena transformación: paz, plenitud, la liberación de los pensamientos del pasado que dificultan el presente y la búsqueda de un objetivo superior motivaron a miles a formar parte del credo. Así se puso en marcha una maquinaria ocultista, que ideó una historia de tiranos extraterrestres y bombas de hidrógeno para legitimar su culto y hacerlo aún más atractivo sobre el misterio de sus propios textos como sagradas escrituras.
El credo básico de la Cienciología creó una barrera conspiranoica contra las declaraciones científicas que advertían de la charlatanería de tal práctica: según Hubbard, los psicólogos y otros científicos intentan controlar al mundo a través de la opinión pública, los medios de comunicación, las instituciones educativas y los organismos internacionales, todo para destruir a la Cienciología.
La cerrazón estimula la ignorancia y tal mecanismo también se impone desde dentro de la Iglesia a nivel individual. Conforme los creyentes ascienden en la escala jerárquica (previo desembolso de grandes sumas de dinero), una sutil política de desconexión se pone en marcha en su entorno inmediato. Se trata del convencimiento de alejarse de familia, amigos y todos los seres queridos que no profesaran la religión, a tal punto de romper lazos como requisito para seguir formando parte del culto.
El negocio en marcha
Hoy la Iglesia de la Cienciología tiene presencia en los cinco continentes, con sedes en decenas de países y millones de adeptos, que profesan la dianética y pagan cantidades cada vez más grandes por ascender en la escala jerárquica y sectaria de la organización. A pesar de que el supuesto credo y su práctica ha estado envuelto en polémica en casi todos los sitios donde opera, es reconocido como religión por la legislación en algunos países, situación que no sólo le brinda un estatus de inmunidad frente a las leyes que rigen a toda asociación civil o empresarial, también le otorga beneficios como la exención de impuestos por tratarse de una supuesta institución sin actividad comercial o ánimo de lucro.
Distintas organizaciones, colectivos y personas (como el propio Carl Sagan lo hizo en su momento) han emprendido acciones informativas y legales contra la Iglesia de la Cienciología acusándola como fraude, estafa y empresa disfrazada de culto. En algunos sitios como México, Francia y Alemania, el organismo también ha enfrentado demandas por trata de personas, tráfico de influencias, explotación laboral y trabajos forzados, toda vez que los casos de individuos que completan diplomados y desean ascender para conocer más secretos desembolsan cantidades estratosféricas que son absorbidas por la Iglesia, hasta dejar en bancarrota a sus creyentes y ante la incapacidad de cubrir sus deudas, son contratados para trabajar en condiciones de esclavitud moderna.
A pesar de todas las pruebas que afirman la farsa de la dianética, la Iglesia de Hubbard sigue abriéndose paso. Por más increíble que parezca, cada vez más personas caen en el absurdo de la Cienciología y depositan su tiempo, dinero, mente, fe y voluntad en un negocio multimillonario de estafa y explotación, bajo el culto de un hombre que supo aprovecharse de los más débiles de mente para crear millones a partir de ellos.
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