Saber qué busca una mujer es tan difícil que si se pudiera resolver con un algoritmo, la respuesta sería 42. Sin embargo, el tipo de mujer más complicado que existe es la lectora. Ella no sólo es un personaje extraño en la vida real, sino que acumula el estrés y la locura de seres ficticios, los vuelve suyos y vive paralelamente en la Tierra Media, Francia decimonónica, Marte, Sodoma y el Distrito Federal.
Por eso, ofrecemos un breve manual para entender, convivir y tener una relación con miembros de esta especie:
Lo primero que alguien tiene que saber es que una lectora es curiosa. Le gusta hurgar entre los estantes de las librerías hasta encontrar algo que las cautive. Lee porque le apasiona, porque es su estilo de vida y disfruta hacerlo. No lee para tener más tema de conversación, para convencer a su interlocutor de lo inteligente que es ni para causar buenas—o malas— impresiones en los demás. Ésos son sólo efectos colaterales.
Así que, por favor, evite comentarios como “¿En serio no has leído a X?”. Sí, es en serio; ella no tiene necesidad de mentirle a nadie.
Salir con una lectora implica, entre otras cosas, tener que comulgar con un hecho inmutable: Siempre habrá un libro en su bolsa. No intenten entender esto ni critiquen a la chica por “cargar cosas que no va a utilizar”. Tal vez ustedes no lo entiendan, pero ir por la vida con un libro es, más que una costumbre poco práctica, un ritual para estar en armonía con el universo.
A la menor oportunidad, la chica en cuestión va a abrir su libro y sumergirse en las palabras de algún autor. ¡No tengan celos! Esta actitud es completamente normal y forma parte de la genética de una buena lectora. Además, por mucho que deseen tener la atención de una mujer 24/7, hay que tomar en cuenta que la tercera rueda son ustedes. Alejandro Dumas, Juan José Arreola o cual sea el nombre del amante en turno, llegaron primero y es poco probable que se vayan después.
Te amo, pero no eres el amor de mi vida
Un aspecto fundamental para tener en cuenta cuando salen con una lectora es que ustedes no van a ser el amor de su vida. Sean cariñosos, caballerosos e interésense por ella— eso siempre suma puntos—, pero tengan en mente que nunca podrán compararse con Marius Pontmercy, Mr. Darcy o cualquier personaje que ocupe un espacio en sus fantasías.
El amor que experimenta una mujer hacia el personaje de algún libro es total, fulminante y puro. El único problema es que no es posible concretarlo en este plano astral. Y no es que el sentimiento que una lectora experimente por un hombre de carne y hueso sea menos puro, real o psicótico, sino que una persona de verdad no puede cuadrar, por definición, en el ámbito de lo ideal.
Con una mujer es fácil quedar entre la espada y la pared: ¿Se me ve bien este corte de cabello? ¿Me veo gorda con este vestido? ¿Quién se ve más grande, mi amiga o yo? Y es que, simplemente hay preguntas que no tienen una respuesta correcta.
La pregunta del autor favorito es, para la mujer que lee, posiblemente la más importante de la cita. Al formularla se define instantáneamente la posibilidad de que la relación prospere o se hunda sin haber zarpado.
El truco para contestar esta pregunta es saber qué lee la chica en cuestión: Si es fanática de Harry Potter existen altas probabilidades de que decir “me gusta Tolkien” sea un acierto. Por el contrario, hay autores que nunca será buena idea mencionar a menos que la intención sea no volver a salir con ella jamás: Paulo Coehlo, la señora de Crepúsculo o Carlos Cuauhtémoc Sánchez, por mencionar algunos.
Los libros malos, como las exnovias…
Para una lectora no hay nada más terrible que un libro malo, de esos que dejan un vacío que se llena con la rabia de haber perdido el tiempo. De esos libros no se habla. Nunca. Si a ustedes les gusta, siéntanse con la libertad de decirlo para que la lectora pueda derramar bilis en paz y refunfuñar sobre cómo habría preferido engraparse la mano a leer semejante barbaridad.
De verdad, hombres, es preferible ahorrarse la conversación de “Me gustó tal libro” cuando saben que ella lo odia. Y no es por estar en contra del sano debate e intercambio de ideas, para nada; es sólo que defender un libro que la lectora tiene atravesado en el hígado no conduce a nada bueno. Es como sacar un comentario de “¿Viste qué bien se veía mi ex novia en esa minifalda?”.
Así que, a menos de que tengan un marcado deseo suicida o tengan ganas de ser polémicos, absténganse. De lo contrario, quedarán sujetos a soportar ciento cuarenta y dos minutos (sin cortes comerciales) de razones pormenorizadas de por qué su opinión es incorrecta.
El arte de pasar pañuelos
Así como se enoja con los malos libros, una lectora se sumerge por completo en una historia que le guste. Es capaz de tener en mente la historia todo el día, de brincarse la hora de la comida para leer y de desarrollar una complicidad casi mágica con los personajes.
Sin embargo, existen momentos donde las lágrimas comienzan a escapar de su rostro. No es porque esté leyendo un libro ni porque sea una ridícula, como muchas veces creen, sino porque se acaba de morir su amigo, su cómplice, el amor de su vida. Y es una sensación vívida, un sufrimiento real.
Por eso, si ven que una lectora llora, denle un pañuelo con amabilidad y evítense los comentarios poco empáticos como “es sólo un libro”. Eso ya lo sabemos, pero nos gusta soltar la emoción.
Salir, convivir y compartir el mismo cosmos con una lectora no es cosa fácil, pero es posible. Además, pese a lo complicadas y hormonales que puedan resultar, son necesarias para la biodiversidad social del siglo XXI. Con una lectora es posible reír, llorar y sostener conversaciones que oscilen entre «¿Qué tal tu día?», el nuevo libro de pasta dura de Scott Pilgrim y las aportaciones de Jorge Luis Borges al palimpsesto. Es poco probable que se aburra con ella, a menos de que no entienda sus referentes culturales y, por tanto, lo oscuro de su humor.
Así que, estimado lector, si tienen el agrado de conocer a una: Cuídela, quiérala y nunca intente comprenderla. Ella es como es, no como a usted le gustaría que fuese.
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