Hoy la vida de Frida es por demás conocida, estudiada y difundida, lo mismo por exposiciones temporales que homenajes, trabajos estudiantiles o nuevos admiradores de su obra. Los constantes engaños de Rivera, los años que pasó postrada en una cama y el refugio que siempre encontró en la pintura son de dominio público. La fuerza de su obra, las biografías y los relatos de personajes cercanos ayudan a construir la dramática visión de la pintora que se presenta al mundo. Pero nunca antes se había conocido el infierno de su puño y letra tan ampliamente como hasta ahora.
Frida conoció a Leo Eloesser en San Francisco, en una de las más de 30 veces que pasó por un quirófano a raíz del accidente en tranvía que cambió su vida para siempre. La relación entre ambos dejó a un lado lo profesional y pronto, Kahlo y Eloesser se hicieron grandes amigos. No sólo eso, la atención para escuchar del doctor cautivó a Frida, que depositó toda su confianza en él y con ella, todos sus demonios.
Después de años y tras la muerte de Kahlo en 1956, Rivera ejerció el derecho de guardar sus memorias. En sus últimos días, Diego guardó las reliquias que consideraba más valiosas en un baúl y giró instrucciones para que no se abriera hasta después de 15 años de su muerte.
Encumbrada como mártir del arte, del machismo y símbolo de una vida llena de desgracias por la opinión pública, Kahlo aún guarda la última palabra ante la tormenta mediática que hoy significa su nombre. Entre sus memorias, decenas de cartas escritas a Leo Eloesse entre 1932 y 1951 dan cuenta de lo que realmente sintió la pintora en los momentos más duros de su vida, especialmente después de dejar México y durante los últimos años de su matrimonio con Rivera.
En 1931 y con el muralismo mexicano sepultado por la facción política en el poder, Rivera marcha a los Estados Unidos y Frida con él. La depresión de Frida, provocada tras el aborto que sufrió un año antes, aunada a la estancia de la pareja en Detroit y la disonancia que causó en ella el modo de vida estadounidense, comenzó un periodo gris e incierto del que nunca se pudo librar.
Kahlo se reanimó y volvió al lienzo a inicios de 1932 sólo para caer en una depresión más dura después de un segundo intento fallido por concebir un hijo en Detroit. El dolor y la tristeza, plasmados en “La cama volando (1932) se complementan con las misivas que entonces envió al doctor:
“Tenía yo tanta ilusión de tener un Dieguito chiquito que lloré mucho, pero ya que me pasó no tengo más remedio que aguantarme. Me hicieron el análisis de la sangre y salió negativo, el análisis del líquido raquídeo también negativo, así que no sé realmente cual será la causa”.
A pesar de la tristeza por sus dos abortos, Kahlo se refugió más que nunca en sus obras y se volcó en su trabajo artístico. La etapa de Detroit dejó los rasgos que catapultaron a Frida a la fama, siempre con la promesa de un futuro más prometedor pero inmersas en la tragedia. El 13 de noviembre de 1934, la pintora detalla su situación a Leo Eleosse en una carta:
“Creo que trabajando se me olvidarán las penas y podré ser un poco más feliz. Hay días en que no me dan ganas ni de moverme de una silla, pero otros en que me doy más ánimo y he logrado pintar un cuadrito y ahora estoy pintando un retrato. Ojalá pronto se me quite la neurastenia estúpida que tengo y vuelva a hacer mi vida normal…”
“Creo que trabajando se me olvidarán las penas y podré ser un poco más feliz. Hay días en que no me dan ganas ni de moverme de una silla, pero otros en que me doy más ánimo y he logrado pintar un cuadrito y ahora estoy pintando un retrato. Ojalá pronto se me quite la neurastenia estúpida que tengo y vuelva a hacer mi vida normal…”
“Oye, lindo: esta vez que vengas, por lo que más quieras en esta vida, explícame qué clase de chingadera tengo y si tiene algún alivio o me va a llevar la tostada de cualquier manera”.
“Espero alegre la salida y espero no volver jamás”
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